Colaboraciones

Bouquet: el florecer de la emotividad millennial

En diciembre de 2023 se presentó en Cuenca el libro de Óscar Molina V., Bouquet, editado por Severo, en Espacio Dibujado, con la presencia del autor y con los comentarios de Isabel Aguilar y Pepita Machado. El libro está a la venta en Palier Café Libro (Luis Cordero y Presidente Córdova) y en Espacio Dibujado (Honorato Vázquez y Luis Cordero). 

Pepita Machado/ @PepitaMachadoA

Bouquet es un conjunto de textos personales y políticos centrados en el trabajo periodístico del autor, Óscar Molina V. y su trayectoria como hombre queer. Este ramillete literario me recuerda a la instalación del artista surcoreano Oh In-Hwan, quien colocó inciensos y objetos perfumados sobre los sitios que correspondían a la ubicación de los bares gay de Seúl. La primera generosidad de Bouquet está en la primera fragancia, la de las hojas de su diario que imagino perfumado, donde confiesa el amor por un chico. Así, parte de la enunciación del lugar del habla y de la mirada. Las flores-textos que constituyen su Bouquet son cada una una fragancia y son un lugar seguro, poblado de letras que acogen las resistencias queer, latinas, racializadas en diversas latitudes. Porque el suyo es un mapa marika del mundo. Su mirada es una mirada cosmopolita, con la habilidad de conectar el sentir de las disidencias del norte y del sur global, en lo que se distinguen y en lo que se parecen, a través de un análisis de las realidades históricas, contemporáneas y de sus recreaciones a través del cine, la literatura y las entrevistas, pero con un aterrizaje honesto en su propia historicidad e intimidad.

En el inicio, las crónicas son un testimonio bellamente escrito sobre temas históricos y actuales de la lucha de las personas LGBTIQ+ por sus derechos en Ecuador. Comenzamos de la mano de la célebre Purita Pelayo, una de las gestoras de la despenalización de la homosexualidad y premiada escritora que ha podido poner el horror en palabras, pero que sigue teniendo la capacidad de la ternura y de la esperanza en su lucha de siempre que hoy exige reparación. Acompañan a Purita heroínas de otras latitudes: una polifonía descarnada de voces: migrantes y disidentes del sexo y del género cuyas biografías arden en estas páginas.

Después, están las deudas del Estado ecuatoriano: las resistencias del conservadurismo hacia el matrimonio igualitario, logrado a partir de decisiones de la Corte Constitucional; la ausencia del pleno reconocimiento del derecho a la identidad de las infancias trans y la adopción igualitaria. Aunque mucho se ha avanzado en términos de igualdad formal, la violencia sigue siendo un factor que produce y reproduce la discriminación y la desigualdad. Todavía los crímenes de odio y los transfeminicidios amenazan las libertades plenas.

Lemebel decía en su célebre Manifiesto –que contrastaba el rigor de la izquierda comunista chilena y su homofobia con la “libertad” para ser homosexual en Estados Unidos–: “En Nueva York los maricas se besan en las calles”. Óscar narra cuánto costó a las existencias travestis y trans negras norteamericanas como las de Marsha P. Johnson la gesta de un orgullo que sigue siendo capitalizado por las masculinidades gays blancas, asimilacionistas, que promueven el consumo y los valores del capitalismo y cómo, hace poquito, el covid-19 (y sus metáforas), como diría Sontag si viviera, eliminó, de manera selectiva, las vidas que menos importan, en un norte donde las libertades del reconocimiento y del poder-ser y expresarse, se diluyen en los límites de la falta de redistribución: sin acceso a protecciones sociales básicas las vidas LGBTIQ+ racializadas siguen siendo descartables y el ascenso de la extrema derecha y del backlash homofóbico y transfóbico relativiza incluso el poder “besarse en las calles” sin castigo.

Después, el libro recoge recuerdos de la infancia y los detalles mínimos de la cotidianidad ¿qué color tiene el miedo? Cómo el miedo ha marcado las existencias de las mujeres y personas LGBTIQ+ en un mundo que no nos pertenece del todo: me parece que en eso nos encontramos las mujeres (seamos cis, hetero o no) con los hombres gays y trans: en que tenemos miedo porque hemos experimentado en la carne el acecho de las violencias machistas. A esas flores, a esas fragancias, también las amenazan la marchitez, las arañas y el miedo, porque toda trayectoria íntegra está conformada por claroscuros y es en la oscuridad de las cuatro de la mañana de Szymborska  (o en la ventana de las tres de la mañana de Arlt) donde nuestras mentes con igual habilidad para la fantasía que para el terror, crean hermosura a partir de los dolores profundos: abandonos, violencias y ansiedades.

“Mi papá y yo no habíamos compartido el rito de sentarnos juntos en las gradas, empanada de morocho y bielita en mano, para cantar y celebrar los goles del equipo que, supongo, debería haber amado desde la infancia y hasta la muerte (blanca). Hubiera sido absurdo que lo hiciéramos porque yo, la verdad, canto y celebro mejor Ciega, sordomuda”, dice Óscar. La carrera de la vida por no ser “el maricón” vista con la mirada compasiva de quien se abraza a un sí mismo mínimo en su fragilidad, en una vulnerabilidad expuesta como herida: ¿acaso te hace gay que te gusten Christina Aguilera y Britney Spears? 

Recuerdo que mi mejor amigo que salió del clóset ya avanzada la Universidad, después de que estudiara medicina “porque quería ser cirujano plástico de celebridades” empezó su carrera en la cocina y tuvimos algunas conversaciones. “Mi amor por Christina Aguilera tenía más que ver con querer ser ella que con desearla”, me dijo. Mi mejor amiga, la más valiente, en años liminales entre la adolescencia y la primera juventud tuvo la audacia de decirle un día: creo que es hora de que hablemos sobre tus ganas de que seamos Paris y Nicky Hilton. (Lo que se ve no se pregunta). Ser un niño gay en los noventas, lo sabemos, fue doloroso.

Todo esto me lleva también a pensar en que somos contemporáneos con Óscar y que en su pluma erudita el mismo valor lo tienen las cultas intertextualidades y las referencias a los afectos pop de toda una generación. Vamos envejeciendo en la idea de eterna juventud, porque acaso no hemos dejado de ser niñxs o porque nos permitimos sacar a pasear las heridas de nuestras infancias para cicatrizarlas y exponerlas cuando ya no duelen, como un acto reparador de almas atribuladas con mucha escarcha en el corazón y que hemos renunciado al silencio de las generaciones acartonadas que nos precedieron en sus rígidos roles de género o en el disfraz de sus emociones con la palabra docta y la metáfora: aunque el deseo siga siendo, en esa sobreexposición millennial, una pregunta cuya respuesta no existe. 

Alberto Mira problematiza con razón el “mito de la sensibilidad y creatividad gays” que inicialmente funcionaron como acusaciones al homosexual como hipersensible y afeminado, pero que se convirtieron en una de las mitologías centrales de la identidad gay. Como mitología es seductora y “da sentido al mundo” pero borra las tensiones y presenta como natural lo que es resultado de un proceso en el que influyen entornos y decisiones individuales. Desde Latinoamérica, Carlos Monsiváis afirmó con razón que no hay “literatura gay”, pero sí una sensibilidad proscrita que ha de persistir mientras continúe la homofobia. 

En esa tradición de plumas brillantes, algunas segadas por el vih-sida, y de enormes nombres como Salvador Novo, Manuel Puig, Reinaldo Arenas, Néstor Perlongher, Óscar Hermes Villordo, Severo Sarduy, Manuel Ramos Otero, Carlos Monsiváis y Pedro Lemebel la obra de Óscar brilla con su frescura como un cronista minucioso, un escucha atento y un descriptor respetuoso y esteta de las marginalidades contemporáneas y de las resistencias amorosas que estas tejen en una época en que la falsa idea de que la igualdad se ha alcanzado es acaso más perniciosa que un tiempo precedente en el que sabíamos que teníamos todo por hacer. 

Me he acercado a las flores de Óscar con el mismo cuidado y respeto con el que empecé a leer, hace unos ocho años, a Pedro Lemebel, adoración que compartimos. Los párrafos iniciales de Adiós mariquita linda hirieron mi sensibilidad de señora cuencana y cerré el libro porque me quemó los ojos. Después, me crusheé con un lector de Pedro y, a partir de un blog que generosamente publicaba sus crónicas, navegué sus textos: agradezco a Óscar por escribir algo que me avergüenza aceptar acerca de las primeras impresiones sobre su escritura: la vi gore. Hasta que el propio pulso de la vida con sus maldades y varias casualidades trajeron a mí cada uno de sus libros y comprendí el corazón del poeta. Hay muchos homenajes para Pedro, no sé si tan bonitos como los que escribe Óscar en su ramito de Violetas. 

Enseguida, en sus poemas íntimos y en sus confesiones sobre el dolor de la ruptura se estremece mi corazón de divorciada que también sabe de haber tenido que hacer de sí misma, su casa, a partir de las fundas de ropa como rezagos de lo que fue un hogar y el mensaje de la madre como la única defensa frente a la desnudez de la separación. De lo político a lo personal se van juntando los ramitos de flores, hasta llenarnos los ojos de pétalos de sal.

Hermoso este tiempo en que los relatos sobre la diversidad sexual, relegados hasta hace poco a la crónica roja, se han convertido en piezas literarias y en crónicas premiadas que Óscar y su editor Fausto con el mimo adorador de detallistas trabajadores de la palabra presentan: aquí hablamos de deudas del Estado pero también de corazones rotos y de letras de reguetón. Porque la vida es todo eso en estos locos años veintes.