Opinión

En mi casa todo se soluciona con comida

Nicole Torres / @nikole_torres_a 

En febrero de 2020 le internaron al abuelito porque tenía las defensas bajas. Los doctores le mandaron a alimentarse mejor, pero a él ya no le gustaba nada. Por esa época a mí no me gustaba existir, había dejado un trabajo donde no me valoraban y me sentía súper perdida en una tesis interminable. Cuando la cuarentena de la pandemia nos juntó y nos obligó a convivir más de lo normal, empezamos un juego.  

Cada mañana a las 10:30 yo le llevaba al abuelito un refrigerio diferente, él intentaba descifrar qué era y me decía si le gustaba o no. Al principio era solo él, luego se sumó la abuelita… una cosa llevó a la otra y terminé alimentándolos a todos. Él ya no era el mismo: dormía muchas horas, no leía, se quejaba del dolor, caminaba lentito. Pero, por malo que fuese el día, abría los ojos a las 10:30.

Yo buscaba recetas en internet: quesadillas de champiñones, helados, carlota de limón, tiramisú, pan de yuca, espumilla y empanadas de viento. No solo les daba golosinas, también picaba frutas, ponía a hornear unas peras, hacía pastelitos de avena con guineo, o de zapallo y chocolate. Una vez, hice colada morada con una harina a la que se le había borrado la fecha de caducidad, pero salió bien. A veces, se me pasaba la mano con la innovación y salían recetas raritas, como una quinoa inflada que sabía a diablos, o unas galletas durísimas que el abuelito me dijo —entre risas— que era mejor guardarlas para lanzarlas en algún paro.

Pastel “Red Velvet” hecho en casa, para celebrar el último cumpleaños del abuelito. 20 de abril de 2020

Cuando él definitivamente ya no pudo bajar las gradas, subimos una mesa y todas las comidas se convirtieron en un pícnic en el pasillo. El abuelito siempre fue callado, pero la medicación le hizo hablar mucho, así que, teníamos sobremesas de horas. La tesis quedó en segundo plano, pues yo me concentré en disfrutar esos momentos. Atesorar los gestos, reírme de su humor bien pensado y hasta cruel, que de algún modo, contrastaba con su cara de buenito y sus ojazos verdes.

Experimenté sensaciones extrañas, el hacer cosas con las manos me tranquilizaba y me hacía sentir que tenía el control. Aunque ni los dulces, ni las golosinas pudieron evitar la llegada del final. Cuando el abuelito falleció, sentí que se me fue media vida, pero le prometí que el refrigerio nunca le faltaría a la abuelita. Cocinar siguió siendo una manera de evadir la tesis y sobrevivir a la tristeza.

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En casa somos parcos, nunca fuimos de las familias que se abrazan y expresan amor con las palabras. Somos más de actos, de servicio, de compartir noticias malas y buenas, de sostenernos e indignarnos ante las injusticias. Somos de comprar las cosas que les gustan a los otros, de tener plantitas, de descolgar la ropa seca de alguien para poder colgar la nuestra recién lavada. Somos también de parar de nombrar a las personas que nos hicieron daño, de ver las noticias con enojo y de compartirnos dulces.

Peras al horno con helado, combinación perfecta entre lo dulce y lo sano. 2020.

Alimentarnos siempre había sido nuestro lenguaje. Cuando era niña el abuelito me regalaba huevitos de chocolate, y en la universidad, me obsequiaba manichos1 para mis clases. La abuelita, en cambio, mostraba su amor dándonos de comer en cantidades industriales. Mi mami preparando lo que nos gusta. Mis ñañas cocinando cosas que probaron en otros países. Mi papi con los desayunos y las agüitas medicinales cuando enfermamos. Y yo descubrí que me gustaba hacer postres y refrigerios. Pero, yo solo alimento a los que quiero y en mi casa, casi todo se soluciona con comida.

1 Manicho es una marca de chocolate ecuatoriano preparado con cacao, maní y leche.

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Este testimonio fue publicado y editado por la revista  Monda & Lironda, de la CCE núcleo Azuay, en 2022. Lo subimos a nuestra página porque queríamos tenerlo en casa.